Álamos tiene esa especie de magia que hace que el tiempo se detenga. Un domingo en el Festival Alfonso Ortiz Tirado es ser partícipe de las cosas mínimas que son las que dotan de sentido nuestra vida: una familia compartiendo un helado en La Plaza de Armas, una pareja abrazándose en el Callejón del Beso, amigos comiendo tacos en La Alameda; niños recorriendo el Museo Costumbrista; la señora y su hija yendo a misa en el Templo de la Purísima Concepción. Esa red de eventos, a simple vista desprovista de interés, son las que van sumando a la experiencia del Festival.